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Pocas cosas tienen tanta importancia como creemos

lunes, 13 de junio de 2011

EL APOCALIPSIS HA LLEGADO

Ignatius Farray, un cómico admirado por muchos (entre los que me encuentro) y odiado por algunos, acuñó una frase mítica en sus monólogos:  "El Apocalipsis va a llegaaaaar". Me acordé de él hace diez días, el 3 de junio. Bueno, más que de Ignatius, del Apocalipsis y de su llegada.
Ignatius

Todo empezó como un tirón en la espalda que, un minuto después de aparecer, se convirtió en un dolor muy intenso. Llevo toda la vida practicando deporte y he sufrido torceduras, roturas, esguinces, desgarros y roturas fibrilares; no se parecía a ninguno de ellos, pero ¿qué otra cosa podía ser?
Aproximadamente cinco minutos después la zona lumbar comenzó a arderme como si un hacha de fuego la estuviera rasgando en dos. Me preocupé porque el dolor se estaba volviendo muy intenso y no encontraba alivio de ninguna manera ni en ninguna postura. Yo, esa noche, tenía que presentar la semifinal del concurso de monólogos de la 10 de tv y ya empezaba a dudar de que fuera capaz de hacerlo si el dolor no se calmaba. Así transcurrió otra hora, con tremendos dolores.
Y entonces aparecieron las náuseas; a esas alturas ya sabía que tenía algo más serio. Una lesión muscular no provoca vómitos, por fuerte que sea. Traté de bajar al centro de salud, que está a menos de cinco minutos andando de mi casa pero ni siquiera pude alcanzar la puerta... Llamé pidiendo ayuda a todo el que pude pero nadie contestó al teléfono. Eran las 12 de la mañana.
Y ahí llegó EL APOCALIPSIS. El dolor más insufrible que he padecido nunca. Y utilizo la palabra insufrible con pleno conocimiento. Cuando algo nos duele siempre nos decimos cosas como "tengo que ir al dentista, no puedo dejarlo tanto", "¿por qué no habré ido al médico antes?" o si eres creyente "Dios mío, alíviame este dolor y te prometo que..." Nada de eso ocurrió en mi caso. Los dolores no me daban tiempo ni a pensar. 
Llamé al 112 y mandaron una ambulancia. En ese momento recibí una llamada de Salomón, cómico, amigo y vecino. Vino corriendo a casa, logré abrir la puerta como pude, y me encontró allí, cubierto de un sudor frío, vomitado encima, retorciéndome y aullando de dolor. Igual que si acabara de salir la luna llena y estuviera a punto de convertirme en Hombre lobo.
No tuve suerte; ese día Madrid estaba congestionado y la ambulancia tardó casi 45 minutos. Salomón trató de ayudarme pero no había nada que pudiera hacer salvo estar ahí. 
Salomón, el Magnífico.
 Y por fin llegaron los médicos. Estaba sufriendo un cólico nefrítico. No me trasladaron al Hospital; me pusieron una solución intravenosa de Buscapina (un nombre que nunca olvidaré), Nolotil y Primperán. En menos de tres minutos los dolores casi desaparecieron y comencé a respirar tranquilo. Mi temperatura era de 35´8 º y mi organismo estaba exhausto por el dolor. Habían pasado 4 horas desde los primeros síntomas.Cuando los médicos se marcharon, el bueno de Salomón me preguntó cómo me sentía con el chute de Buscapina. Mi respuesta, que transcribo literalmente, fue: "ahora me parece estar en un prado con margaritas. Oigo un arroyo y a las ovejas balando... Y hay ciervos, pero de los buenos, no de los malos".
Esa misma noche expulsé una minúscula piedrecita que, cuando escribo esto, acabo de dejar en el laboratorio para que sea analizada. Ahora me encuentro bien, pero he pasado unos días raros, en los que he tenido dolores fugaces, sensaciones extrañas y molestias puntuales. Probablemente, se haya tratado de un episodio pasajero y único, algo así como un ataque de apendicitis. Al parecer, 1 de cada 10 hombres sufre alguno por lo menos una vez en su vida. 
¿Y qué se puede aprender de todo esto? 
En primer lugar, que actuar rápidamente es crucial en estos casos. Siempre se paga la novatada. Os facilito esta información por si alguna vez os veis en la misma situación: estáis sufriendo un cólico nefrítico pero no lo sabéis. Esos primeros momentos de dolor soportable son los únicos que puedes aprovechar para marcharte corriendo a un Hospital. Pasada esa oportunidad, olvídate; lo único que te queda es rogar que la ambulancia llegue cuanto antes.  
En segundo lugar, y creo que más importante porque nos afecta  a todos; yo estaba sufriendo horriblemente y me encontraba "Solo en casa", como mi espectáculo de teatro. Me sentía solo y desamparado. La llegada de Salomón fue providencial. Él no pudo hacer nada por ayudarme pero ESTABA ALLÍ. Su sola presencia bastaba; no sufría en soledad. Había cerca de mí alguien a quien le importaba lo bastante como para acompañarme en ese trance. Gracias, Salomón.
Todos tenemos a algún familiar o amigo enfermo; algunos más graves, otros menos. Se quejan y nos cuentan batallitas; a veces ir a visitarlos se convierte en una pesadez. Pero, y eso es la mayor enseñanza que he aprendido de todo esto, para ellos es muy importante que estemos ahí. 

Ya se sienten enfermos y desvalidos; intentemos que no se sientan solos, también.

¡Y bebed mucha agua!


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