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Pocas cosas tienen tanta importancia como creemos

lunes, 2 de abril de 2012

¡Mmmm!...¿Qué colonia bebes?

Hace dos meses que no subo nada a este blog; he escrito entradas pero no las he llegado a publicar. ¿Por qué? La respuesta es muy curiosa; para ubicarla en el tiempo tenemos que retroceder hasta la primera semana de febrero. 
Un amigo, uno de los mejores cómicos de España, me dijo durante el transcurso de una conversación telefónica que seguía con mucho interés todo lo que escribía en mi blog y me felicitó por la sinceridad y el valor que demostraba hablando de ciertos temas en los artículos más recientes. Admitía que él no se veía capaz de hacer algo así. 
Agradecí su comentario y revisé las entradas a las que se refirió. Sí, había tocado temas sensibles (la muerte de un ser querido, la impunidad del anonimato, el sacrificio de aquellos que sufren en silencio la enfermedad de los que los rodean...) pero también escribí sobre la Navidad (con cierta melancolía), el romanticismo... 

En cualquier caso, aquel comentario me hizo contemplar este blog de forma diferente. Comencé a creer que otras personas podían considerar importante lo que yo escribía (que no dudo que en algún caso sea así) y dejé que esto me condicionara (grave error). Decidí elegir muy bien mi siguiente artículo para no defraudar a nadie. El resultado: dos meses sin agregar nada.
Sin darme cuenta había traicionado el espíritu que me llevó a crear este blog, el de compartir con vosotros  todo aquello que me viniera a la cabeza, ya fueran chorradas, proyectos, estados de ánimo, ilusiones o decepciones. Me dijeron que lo que hacía era importante Y ME LO CREÍ, lo que contradice la frase que reza al comienzo de la página y que pretende ser una declaración de intenciones: pocas cosas tienen tanta importancia como creemos. 
Por suerte, mi vocecita interior, esa que a veces me mete en líos, me dijo anoche: Nadie ha echado en falta tus artículos, amigo Juan. Nadie te ha pedido que escribas nada nuevo ni se ha lamentado porque hayas dejado de hacerlo. No te han echado en falta, muchacho... No, no meas colonia.

Ahora comprendo mucho mejor a esas personas (compañeros de esta profesión o miembros de cualquier otra) que cuando alcanzan el éxito (aunque solamente lo rocen con la yema de los dedos y de una forma efímera) se convierten en auténticos gilipollas. 
Y también me permite valorar mucho más a aquellos que, habiéndose convertido el triunfo en algo habitual en sus vidas, siguen siendo las mismas personas que conocimos tiempo atrás, sin permitir que se les suba a la cabeza.